Había un Rey en un País de ensueño...
Sus poéticos dominios, alcanzaban a todo un territorio, cuya fertilidad exuberante, era fama.
Una constante Primavera, templaba el ambiente y las dulces pomas, en plena madurez, aromaban la brisa suave.
Todo era una caricia sutil...
La tierra, blanda y pródiga, no esperaba la huella del arado. El cultivo no había nacido en la mente del hombre y la vegetación, la florescencia, los frutos, era una santa dádiva que se ofrecía a todos, porque todo nacía y se prodigaba espontáneamente.
En los bosques había un dulce y constante concierto de gorjeos. Ni existía la caza ni la pesca. Los animales todos, jamás esperaban su sacrificio y el ave y el pez, venían a las manos del hombre para ser inmolados voluntariamente.
Era un país de ensueño. Por todas partes existía una perpetua felicidad y la armonía latente en todas las cosas, era como un manto de armiño que cayera sobre todo con blanda placidez.