Gnosis Trascendental TV

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lunes, 2 de enero de 2012

EL MAESTRO QUE ENSEÑA A SUS DISCIPULOS

Estaba el Monasterio en una gran actividad. Los monjes vivían atentos a las enseñanzas del Maestro. Un día cualquiera se levantaron todos y esperaron, como era costumbre, que el Maestro saliera para saludarlo y decirle qué necesitaba.
 
Pasaron las horas y el Maestro no salía hasta que un monje dijo: “Vamos a ver que pasa”. Entraron a su recámara y lo encontraron meditando. Estaba desnudo y hacía mucho frío.
 
Al salir se dijeron: “Qué raro, el Maestro está meditando y está desnudo”. Alguien dijo: “¿Será que anda mal? Otro dijo:
“Posiblemente quiere lacerar su materia con el frío que hace”.
 
En ese momento salió el Maestro y todos le dijeron: “¡Buenos días!”. El no contestó. Volvieron a decir: “El maestro anda mal”.
 
Alguien se le acercó y le dijo: “Maestro, ¿qué le pasa?” y el Maestro le dijo:
 
“He comprendido que mis discípulos viven porque yo vivo, comen porque yo como, andan porque yo ando, pero cuando miro al cielo, ellos miran a la tierra; cuando emprendo viaje al infinito, sólo me miran ir; cuando yo regreso, ellos se van. No entiendo esa actitud”.
 
Le dicen los monjes: “¿Qué debemos hacer?”.
 
El Maestro dice: “Vamos a la fuente, tomamos en ella y nos bañamos”.
 
Algunos discípulos dijeron: “Yo no tengo sed, y con este frío no me quiero bañar”. Sin embargo fueron a la fuente con el Maestro. Cuando regresaron de allí dijeron: “¿Qué más hacemos, Maestro?”.
 
El Maestro mirando alrededor les dijo: “Es necesario limpiar el Monasterio”, y todos contestaron: “Ya está limpio”. Y volvieron a decir: “¿Qué hacemos, Maestro?”, y el Maestro les dijo: “Tomen posición cada quien, guarden quietud, guarden silencio porque necesitamos hacerlo todo ya que no hemos comenzado. Recuerden, mis queridos discípulos, que el que nada hace, nada queda sin hacer”.
 
No soportaron los monjes esta enseñanza porque no la entendían y le dijeron en coro: “Maestro, esta enseñanza no se la habíamos oído
 
-Queremos conocerla, ¿Por qué nos manda a beber de la fuente sin tener sed?, ¿Porqué nos manda a bañarnos con tanto frío?, ¿Porqué nos manda a limpiar el Monasterio si está limpio?, ¿Porqué nos manda a estarnos quietos habiendo tanto oficio y nos dice que “el que nada hace nada queda sin hacer”?”.
 
El Maestro les dice: “Hijitos míos, ustedes no tienen sed porque el agua que han tomado ha sido para satisfacer las necesidades del cuerpo, pero su alma no sacia la sed sino con las aguas cristalinas de vuestra propia fuente; su cuerpo tiene frío porque no se han bañado con las tibias aguas de vuestro manantial; el Monasterio lo veis limpio porque no habéis sacado la basura que hay en su interior; decid que tenéis mucho que hacer porque la mente les impone sus oficios; no queréis comprender que, cuando estáis quietos y en silencio, veis vuestras necesidades interiores y podéis ordenar vuestros oficios y quehaceres”.
 
En ese momento todos los monjes se sentaron en perfecta quietud. El Maestro observa. Era de noche. Al poco rato, el Maestro salió con una veladora encendida y se la entregó a cada uno, menos a uno de ellos.
 
Ellos recibieron su veladora y le dijeron: “¿Para qué hace esto?”, y él les dijo: “¡Hijos míos!, lamento que en su quietud y en su silencio no miraron hacia dentro, sólo miraron hacia afuera, por lo tanto, tomad esta veladora para que alumbren su camino y sigan por la vida”.
 
Y le dijeron: “Y a éste ¿Porqué no le das veladora?”. Y el Maestro dijo: “Porque él miró hacia adentro y no le interesa seguir por el camino que hasta hoy había andado. El ya tiene su luz, y por lo tanto, todo la hará bien”.
 
Se retira el Maestro a su recámara y toma a misma actitud. Cuando los monjes fueron a verle, lo encontraron meditando, sentado y desnudo y se dijeron: “El Maestro al despertar nos va a dar otras enseñanzas nuevas al amanecer el nuevo día”.
 
El Maestro se levantó a la hora de costumbre. Los monjes le saludan y él les contesta: “Aquí estamos con vosotros para empezar de nuevo, porque así como las aves viven cada día de los frutos del campo y de la gracia de Dios, nosotros también debemos vivir de los frutos de nuestros viñeros y de la gracia de Dios. Como nuestros viñeros no dan fruto pero tenemos la gracia de Dios, vamos a sembrar nuestras semillas de viñas, de higuera y de trigo, pero, hasta que no hayan frutos de estos sembrados, no podréis comer ningún fruto y tendrán que sostenerse de la gracia”.
 
Los monjes le dijeron: “Estos frutos demoran mucho en producir y moriremos de hambre”, y el Maestro dijo: “Nunca un Caminante del Sendero de la Redención morirá de hambre, porque en él siempre habrá una esperanza, una fe y una voluntad que quiere decir ¡DIOS!”.
                                                        

Capítulo 3, Reflexiones de un Investigador II, V.M. Lakhsmi

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