Gnosis Trascendental TV

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lunes, 21 de junio de 2010

El Hombre y la Mujer



El hombre es la más elevada de las criaturas.
La mujer es el más sublime de los ideales.
Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer un altar.
El trono exalta; el altar santifica.
El hombre es el cerebro.
La mujer el corazón.

BEETHOVEN

BEETHOVEN


LOS PRIMEROS AÑOS


Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania. Aunque fue su padre quien le dio las primeras lecciones musicales, tuvo varios maestros. Tras estudiar con Christian Gottlob Neefe y comenzar a tener cierto éxito en su ciudad natal, le quisieron enviar a Viena para estudiar con Wolfgang Amadeus Mozart, pero no pudo ser, ya que este último murió en 1791. Finalmente estudió con el también austriaco Joseph Haydn, que tenía gran fama como compositor y profesor.

Su manera de tocar el piano y sus composiciones maravillaron a todo el mundo en Viena, y gracias a los tratos económicos que hizo con algunos importantes editores de partituras, pudo componer de forma independiente, y no al servicio de una corte. Esto ya lo había intentado hacer Mozart, pero sin conseguirlo.


LA MADUREZ


A pesar de que revolucionó la forma de componer, Beethoven siguió escribiendo música con formas que ya habían utilizado todos sus antecesores, como son el concierto, la sonata, la sinfonía o el cuarteto de cuerda. Poco a poco fue cosechando grandes éxitos, sobre todo durante la primera década del siglo XIX, época en la que comenzó a crear sus grandes obras.

No obstante, ocurrió algo que le cambiaría la vida, y es que desde 1798 comenzó, poco a poco, a quedarse sordo. Esto se reflejó en su personalidad: se refugió en su música, y su carácter se volvió muy seco. Pero increíblemente, las mejores obras que compuso, las más revolucionarias, las escribió cuando había perdido ya completamente el oído. Ejemplos de ello son la Novena sinfonía o los últimos cuartetos de cuerda, además de las últimas sonatas para piano.

Beethoven murió en Viena el 26 de marzo de 1827; a su funeral asistieron miles de personas.


BEETHOVEN Y SU MÚSICA


Entre el gran número de obras que compuso, las más importantes son 9 sinfonías, 32 sonatas para piano, 5 conciertos para piano y uno para violín, 16 cuartetos de cuerda, 2 misas y la ópera Fidelio. Muchas de ellas se caracterizan por las grandes dificultades que, aún hoy en día, tienen que afrontar los intérpretes.

A medio camino entre el clasicismo y el romanticismo, Beethoven revolucionó la forma de hacer música, a pesar de haber compuesto sus obras más grandes después de quedarse sordo. Al genio alemán le debemos algunas de las melodías más conocidas de la historia de la música, como el Himno a la Alegría perteneciente a su Novena Sinfonía.

El V.M. Samael, recomienda, entre otros, escuchar la música de este gran maestro, pues contribuye a educar nuestra mente, obtenemos beneficios, como, relajación, concentración, paz y armonia, combinandolo con la Meditacion y las Oraciones. Hoy, la Medicina oficial ha implementado metodología práctica de Curación utilizando la Música Clásica.

Datos recopilados de Enciclopedia Encarta.

La Perfecta Alegría

Esta es la historia de una alegría distinta, difícil, que no está hecha de risas ni de sonrisas, sino de heroísmos y de mucho amor de Dios: la historia de “La Perfecta Alegría”. Nos la cuenta ese antiguo y bellísimo libro de “Las Florecillas de San Francisco de Asís”.

Iba una vez San Francisco con el hermano León, desde Perusa a Santa María de la Porciúncula, en tiempo de invierno. Hacía mucho frío. Llama al hermano León, que iba un poco adelante, y le habla así:

“¡OH hermano León! Aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas y fuese tan sabio que conociese todas las ciencias humanas, escribe que no está en eso la alegría perfecta”.

Siguen caminando y más adelante le dice:

“¡OH hermano León! Aun cuando nuestro hermano menor conociera todas las escrituras y fuese tan gran teólogo como para ser luz y guía de la iglesia, escribe que no esta en eso la alegría perfecta”.

Caminando luego un poco más, San Francisco le grita con fuerza: “¡OH hermano León! Aunque nuestro hermano menor fuese tan poderoso en palabras y en obras que llevase la paz a ciudades y naciones, escribe que no es ésa la alegría perfecta”.

“¡OH hermano León! Aun cuando nuestros hermanos fuesen todos tan santos que curasen enfermos o resucitasen muertos, o con su santidad convirtiesen a todos los infieles y pecadores, escribe que no está en eso la alegría perfecta”.

Y Francisco responde:

“Imagínate que lleguemos a Santa María de la Porciúncula, mojados como estamos y ateridos de frío y desfallecidos de hambre, y llamamos a la puerta. Y el hermano portero, de muy mal humor, nos grita desde dentro -¿Qué horas son éstas de molestar a la gente? ¡Váyanse por ahí!”. Si nosotros sufrimos con paciencia, por el amor de Jesucristo, ¡escribe, hermano León!: “Aquí hay alegría perfecta”.

“Y si nosotros, obligados por la inclemencia del tiempo, volvemos a llamar y le decimos: “Hermanos que somos dos frailes vuestros. ¡Ábranos por amor de Dios!, Y él sale todo airado y nos echa entre insultos y golpes gritándonos: -¡Mentira! Ustedes lo que son es una pareja de vagos y ladronzuelos robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!’, y nos deja a la intemperie bajo la lluvia y la nieve; Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, escribe, hermano León, que ahí está la perfecta alegría”.

“Y si aún así, sin poder ya aguantar tanto frío y hambre y miseria, llamamos otra vez y el hermano portero sale, fuera de sí, con un garrote nudoso y nos coge por la capucha y nos tira al suelo y nos arrastra por la nieve y el lodo y nos apalea con el garrote...
Si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, ¡OH hermano León!, Escribe que ahí sí está la alegría perfecta.

Porque, como dice el Apóstol: “A mí, líbreme Dios de gloriarme más que en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo”.